miércoles, 2 de noviembre de 2016

La vez que marque todo el colegio con mi nombre

Tengo dieciséis años y vengo de un pequeño pueblo en España. Nunca he tenido ninguna influencia del graffiti y donde yo vivo nadie lo hace. Entonces comencé a practicarlo sobre papel, me pasé horas y cuando se me dio bien, decidí practicarlo en el colegio.
Un martes por la tarde a sexta hora me salté de la clase, encendí mi móvil, escogí mis canciones preferidas y empecé a marcar el instituto, en cada baño, escalón, taquilla y pared con la que me encontraba etiqueté mi nombre, con un permanente “Sharpie”. No fue la mejor decisión que pude tomar. En mi instituto hay ciento cincuenta cámaras sin exagerar, vigilando en cada momento y en todas partes. Pero donde yo dibujaba, las cámaras no me pillaban, o al menos eso pensaba. Al día siguiente todos conocerían mi nombre y lo gritarían por el pasillo, ya que nadie más hacía graffiti. Pero resultaba claro que podía analizar la situación desde diferentes puntos de vista.
Por la mañana me pasé por el Carrefour de camino al instituto y me compré dos “Sharpies” más. Incluso antes de que empezaran las clases marqué todos los espejos, ya que los del día anterior ya los habían borradoron. Parecía el rey del Mambo, pero esto acabó rápidamente. Me llamaron a secretaría y me quedé esperando cuarenta y cinco minutos, incluso antes de que me llamaroan para entrar. El conserje luego me llevó a una habitación donde un hombre calvo con un traje me esperaba. Me dijo que esta era mi oportunidad de confesar todo, yo me quedé un poco sorprendido e inmediatamente le contesté preguntándole lo que quería decir. En ese momento sacó mi cuaderno negro con todos mis dibujos, graffitis, marcas e ideas, además de varias fotos de mí, haciendo “actos criminales”. Debajo de tanta presión y en esas circunstancias tuve que admitir todo. Me cogieron la mochila y rebuscaron todo, mis bolis fueron confiscados y mi móvil. Me suspendieron dos semanas. Lo mejor de todo fue que el guardia me dijo que le gustaba mi arte pero debería mantenerlo sobre papel.
Yo no lo iba a dejar así, no podía. Entonces dos semanas después salí a comprar pintura. Esa misma noche con mi hermano mayor salimos fuimos a la puerta principal del instituto y escribí en grande “Que viva el graffiti”


Si estas pensando en comenzar a hacer graffiti te puedo decir ahora que no conseguirás con cualquier otra cosa la misma cantidad de satisfacción y emoción que con esto, es una manera perfecta de expresar tus emociones. Pero finalmente siempre te pillarán y yo no odio el graffiti, todo lo contrario, solo estoy aquí para contar mi historia.

1 comentario:

  1. La historia es sencilla y tiene su punto humorístico pero le falta un tratamiento más literario.

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