Tengo dieciséis años y
vengo de un pequeño pueblo en España. Nunca he tenido ninguna influencia del
graffiti y donde yo vivo nadie lo hace. Entonces comencé a practicarlo sobre
papel, me pasé horas y cuando se me dio bien, decidí practicarlo en el colegio.
Un martes por la tarde a
sexta hora me salté de la clase, encendí mi móvil, escogí mis canciones preferidas
y empecé a marcar el instituto, en cada baño, escalón, taquilla y pared con la
que me encontraba etiqueté mi nombre, con un permanente “Sharpie”. No fue la
mejor decisión que pude tomar. En mi instituto hay ciento cincuenta cámaras sin
exagerar, vigilando en cada momento y en todas partes. Pero donde yo dibujaba,
las cámaras no me pillaban, o al menos eso pensaba. Al día siguiente todos
conocerían mi nombre y lo gritarían por el pasillo, ya que nadie más hacía
graffiti. Pero resultaba claro que podía analizar la situación desde diferentes
puntos de vista.
Por la mañana me pasé
por el Carrefour de camino al instituto y me compré dos “Sharpies” más. Incluso
antes de que empezaran las clases marqué todos los espejos, ya que los del día
anterior ya los habían borradoron. Parecía el rey del Mambo, pero esto acabó
rápidamente. Me llamaron a secretaría y me quedé esperando cuarenta y cinco
minutos, incluso antes de que me llamaroan para entrar. El conserje luego me
llevó a una habitación donde un hombre calvo con un traje me esperaba. Me dijo
que esta era mi oportunidad de confesar todo, yo me quedé un poco sorprendido e
inmediatamente le contesté preguntándole lo que quería decir. En ese momento
sacó mi cuaderno negro con todos mis dibujos, graffitis, marcas e ideas, además
de varias fotos de mí, haciendo “actos criminales”. Debajo de tanta presión y en
esas circunstancias tuve que admitir todo. Me cogieron la mochila y rebuscaron
todo, mis bolis fueron confiscados y mi móvil. Me suspendieron dos semanas. Lo
mejor de todo fue que el guardia me dijo que le gustaba mi arte pero debería
mantenerlo sobre papel.
Yo no lo iba a dejar
así, no podía. Entonces dos semanas después salí a comprar pintura. Esa misma
noche con mi hermano mayor salimos fuimos a la puerta principal del instituto y escribí
en grande “Que viva el graffiti”
Si estas pensando en
comenzar a hacer graffiti te puedo decir ahora que no conseguirás con cualquier
otra cosa la misma cantidad de satisfacción y emoción que con esto, es una
manera perfecta de expresar tus emociones. Pero finalmente siempre te pillarán
y yo no odio el graffiti, todo lo contrario, solo estoy aquí para contar mi
historia.
La historia es sencilla y tiene su punto humorístico pero le falta un tratamiento más literario.
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