Ya se levantaba el sol sobre una gran capa azul y esperaba ser un día perfecto para el viaje. En unas horas llegarían a Los Angeles, en la costa americana, uno de los dos vuelos diarios operados por Qantas, la aerolínea nacional australiana.
Los pasajeros a bordo, hablaban o dormían mientras se oía el constante murmullo de los cuatro fabulosos motores Rolls Royce. De repente, el sonido paró y un silencio cubrió la cabina. El capitán y su copiloto se miraron sorprendidos; tres de las cuatro turbinas no funcionaban y tenían que aterrizar urgentemente. El gran problema era la carencia de aeropuertos cercanos capaces de soportar un 747. Finalmente, después de comunicarse con la torre de control de Apua, les dieron el permiso de aterrizar en Papeete, la capital de Tahití.
El capitán y su copiloto se dieron la mano y lentamente el avión bajó entre las nubes. Resultaba claro que podía analizar la situación desde diferentes puntos de vista. Había tenido experiencia volando en la fuerza aérea de Australia y estaba preparado para una ocasión como esta. Sobrevolaron unas cuantas veces la isla para deshacerse del combustible y a
Aunque breve, me ha gustado el relato, sobretodo el final. Resulta muy literario el contraste entre el luctuoso final del avión y la belleza del coral de Tahití que se convierte en su tumba. Repasa las correcciones.
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