miércoles, 2 de noviembre de 2016

Cómodo

      La necesidad de relajarse le había llevado a quedarse en la cama durante todo el día. Se había despertado demasiado tarde para obtener cualquier tipo de motivación e inspiración para tener un domingo productivo. Todavía le quedaba todo el trabajo de la semana pasada que completar, pero su mente, exhausta de por los estreses problemas/sinsabores que había traído el último mes, no le dejaba hacer cualquier cosa que no fuese estar echado en una posición fetal, gruñendo en simpatía sintonía con su situación corriente actual.
Había sufrido peor mucho en su vida. En menos de una semana, lo olvidaría todo, y se estaría preocupando de alguna otra anécdota que le haría sentir más ansiedad ilógica. Pero aquello no importaba, porque, en aquel momento, no estaba contento con lo que estaba sucediendo, y no quiso aguantar ese sentimiento más. Un amigo en Italia le había mandado un mensaje, tranquilo y apoyándole. Decía que esto de estar cerrado en casa, pegado al móvil (que era una fuente de nervios y problemas y personas cotilleando sobre malentendidos, en si mismo), no le beneficiaría. Tenía que salir de su habitación, que, en cada momento que pasaba, se estaba haciendo más y más pequeña. Necesitaba ir a su lugar detrás de su casa, donde iba cuando tenía que desahogarse, donde estaría solo con sus pensamientos. Necesitaba reflexionar sin distracciones o factores externos.
Resultaba claro que podía analizar la situación desde diferentes puntos de vista. Era la razón por la que estaba tan angustiado. Siempre se asume que aquello?? es una buena calidad??, que ayuda en la resolución de problemas y dilemas. Pero, esta vez, no. En este caso, pensar en los demás y cómo les afectaría a ellos su decisión le estaba haciendo llegar a la locura. Había pasado tanto tiempo cambiando de opinión para beneficiar a cualquier persona que no fuese él, que, no se acordaba de cómo pensar en si mismo. Esto, a diferencia con  de lo anterior, siempre se refiere con una connotación negativa. Se tiende a olvidar que todo, para funcionar correctamente, necesita un equilibrio de elementos. Es decir, no siempre se puede hacer solo lo bueno, y no siempre se debe hacer.
Al caminar a la cuesta en el campo, comenzó a usar una táctica que le enseño un antiguo profesor pasado para aclarar su mente de la niebla que eran sus ideas irracionales. No sabía por qué le ayudaba tanto, pero su profesor lo describía como “unirte a tu alrededor y ambiente”. Consistía en enumerar cosas que te rodeaban, usando los sentidos. Intentó convertir su consciente a nada, cerró los ojos, y empezó:
“Cinco cosas que puedes ver”, se pensó a si mismo. Abrió los ojos lentamente y miró al fondo. Un árbol que destacaba de los demás en el bosque. Parecía bastante pequeño y frágil en comparación con los otros, como si lo estuviesen protegiendo. Sus ramas finas estaban cubiertas de hojas diminutas y amarillas. Encima de ella, había una nube sola en el cielo. Podía ir desapercibida, ya que no era espesa y casi se mezclaba con el color gris del cielo. Miró a sus pies mientras andaba lentamente, y vio una hormiga en los cordones de su zapato. Al fijarse más, se dio cuenta de que el terreno en el que andaba estaba cubierto de los insectos, correteando como si escapasen del gigante que los perseguía. Echó un vistazo a su derechoa y vio un palo, normal y corriente, pero con un trozo arrancado de un folio plegado en una punta. Se rió un poco al pensar en qué historia extraña tenía la bandera. Se acercaba a la colina y el campo estaba desierto. Tenía una vista a de la ciudad impresionante por la noche y decidió que se quedaría ahí hasta atardecer. Ya era otoño, entonces la hierba, que normalmente era verde y florida, comenzaba a secarse y convertirse marrón.
“Cuatro cosas que puedes tocar”. Pasó por debajo de unos árboles bajos que le rozaban la cabeza. Estaba ya en el campo caminando al tronco donde se sentaba siempre a ver el atardecer. Empezó a hacer frío ya que el poco sol que había se estaba escondiendo detrás del bosque. Se abrazó, agarrando su jersey de lana, grueso y áspero. No tenía nada cerca de él, entonces se tocó el pelo, la piel de su rostro, y las orejas, porque le parecía gracioso tocar eso, de todas las cosas que podía haber escogido.
“Tres cosas que puedes oír”. Se giró del camino que había seguido y entró al prado de hierba para ir directamente al tronco. El sonido del viento contra las hojas de los árboles a lo lejos, sus pasos ruidosos y fuertes, y, como no podía pensar en otra cosa, empezó a silbar para completar su lista. “Dos cosas que puedes oler”, la hierba, y la colonia que llevaba puesto. “Una cosa que puedo probar”. No había traído comida con él entonces tuvo que imaginar que estaba masticando chicle, o la paranoia de no acabar la lista le fastidiaría el resto de la noche.

Llegó al tronco que seguía mojado de cuando había llovido por la mañana. No le importaba, y se sentó, haciéndose cómodo. El sol ya había casi completamente bajado, y las luces de los edificios de la ciudad iluminaban el horizonte. Así es como se debía estar. En ese momento, apreciaba la solidaridad y la oportunidad de poder pensar con silencio completo. Cerraba los ojos y, en ese momento, era como si no existiese. Su cuerpo, sí, pero su mente, no. Todo lo que le creaba, todas sus ideas y opiniones, su personalidad, sus defectos y fortalezas, desaparecieron. Y, por ese poco tiempo, estaba muy a gusto. 

                                                                                                                        Elena Yagüe, 4ºESO B

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho por la profundidad psicológica del análisis de ese estado de postración. Se debería insinuar qué es lo que lo ha producido para comprender la situación. La técnica del 5, 4, 3, 2, 1 me ha parecido muy sugerente.

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