El principio del final
La
lluvia había empapado completamente su mochila; sus apuntes habían
desteñido y la caligrafía había quedado ilegible. Un batiburrillo
de colores, manchas y líneas lloraban sobre el papel. Se llevó las
manos a la cabeza y dio un grito -el cual no va ser reproducido por
cuestiones de educación y lenguaje-. Ahora estaba definitivamente
perdida. En un principio había contemplado el panorama con unas
gafas de color rosa, pero estas habían sido abandonadas hace tiempo
por unas más oscuras, que lae permitían observar sin ser observada.
La
única opción en aquellos momentos era, por mucho que le doliera a
su orgullo, pedir ayuda. Así que cogiendo de nuevo sus pertenecías
abandonó la cafetería en la que se había refugiado y puso rumbo a
lo que Horacio ¿La cárcel? llamaba hogar. Al cuarto de hora se
encontraba frente a un frío caserón, gris y cubierto de hiedra y, mientras llamaba al timbre, notaba cómo las gárgolas la juzgaban. Al
minuto la puerta se abrió y tras ella apareció el único e
inigualable Caballero de Humo.
Sus
capacidades, tanto físicas como mentales, eran envidiadas por toda
persona que estuviera implicada en el mundillo. Con su alta estatura,
sus ojos felinos y alerta y su mucha experiencia, resultaba claro que
podía analizar la situación desde cualquier punto de vista. Siempre
implacable, había adquirido su sobrenombre hacía ya muchas lunas.
El humo, al igual que él, podía esfumarse o asfixiar, y, dóonde hay
humo, siempre hay fuego. Bueno, había fuego; su fiel compañero,
Basilio Lacárcel, su hermano, había perecido en un misterioso
accidente lustros atrás, dejando a nuestra protagonista sin padre.
Cuando
sus ojos se encontraron con los de su sobrina, la expresión de
Horacio permaneció estoica. Con un ligero gesto de muñeca indicó a
la joven que pasara, y sin que ninguna palabra fuese intercambiada,
ambos se estacionaron en una sala de estar llena de retratos,
candelabros y trofeos animales.
-Liliana
-Tío
Horacio- Sacó los inútiles apuntes y los depositó sobre la mesa
que los separaba. El caballero los cogió y les echó una hojeada
rápida. Asintió.
-Comprendo,
¿qué quieres que haga? Bien sabes que no trabajo ya para esos
cretinos de la agencia y no tengo acceso a la base de datos.
-Tío,
yo no trabajo para esos, soy mi propia jefa.
-Niña
ingenua, has salido a tu padre, tan impulsiva y testaruda como él.
La agencia te tiene vigilada- Miró hacia los apuntes- y por lo que
veo estás buscando información que ellos prefieren tener guardada
bajo llave.
-Si
no trabajas para ellos, ¿cómo sabes eso?
-Olvidas
que tengo contactos dentro de ésta, que los detestan tanto como yo,
y cuando la hija de su caído camarada mete sus narices donde no
debe, la cubren para mantenerla a salvo.
Liliana
se quedó sin palabras, nunca había creído en la suerte, pero ahora
daba gracias al universo por haberle enviado a estos ángeles de la
guarda. Recobró la compostura y respondió a su tío
-¿Cómo
que meter las narices dónde no debo? ¿Acaso no fueron ellos quienes
enviaron a mi padre a esa misión de la que no volvió y dijeron que
había muerto por falta de comunicación? Han pasado ya veinte años
tío, es hora de que esta familia tenga respuestas.
-No
podría estar más de acuerdo contigo Liliana.
La redacción resulta confusa y contradictoria. No se entiende el cambio de ver la situación "con gafas rosas", a verlo después de manera más pesimista. Todo queda en el aire. El texto tiene un carácter fragmentario como si estuviera extraído de una producción literaria más amplia.
ResponderEliminar