Te miro. Aquella cara de ángel dormida que ahora mismo tienes me recordaba al día en que te vi por primera vez, en el parque donde me había perdido a los quince años. Aquella cara que reflejaba la tranquilidad, la inocencia, la invulnerabilidad... Aún recuerdo el momento en que me acerqué, cuando te miré fijamente, cuando el cabello rubio que solías tener brillaba bajo la luz del sol y aquella piel pálida y suave lucía mientras te encontrabas sobre le hierba fresca.
Abres los ojos. Me acuerdo de aquella vez cuando fui la primera persona que viste tras despertar de aquel profundo sueño en el mismo parque. Los ojos verdes que aún sigues teniendo me recordaban a los bosques perennes donde solíamos ir a los dieciséis años para hablar, dibujar paisajes y cantar con los pájaros.
Me coges de la mano. ¿Te acuerdas cuando subíamos juntos para recoger nuestros diplomas tras graduarnos a los dieciocho? Aquella mano fría y nerviosa, que me decía que todo iría bien, aquella mano que ahora mismo, el mismo mensaje me está dando.
Me acaricias. Me acaricias como en el día 12 de marzo, cuando perdí a mi madre. Cuando me dijiste que ella, en aquellos momentos, se encontraría en un mejor lugar y que estaría todos los días vigilándome y asegurando de que esté bien.
Te ríes. ¿Te acuerdas de las tonterías que seguíamos haciendo a los sesenta? ¿Aquellas tonterías que solíamos hacer a los veintidós? ¿Cuando solíamos tirarles huevos a los vecinos por diversión?
Sueltas una lágrima. Haces escapar las lágrimas que nunca sueles soltar. Las únicas veces que te vi en tal estado fueron cuando los doctores nos dijeron que tendríamos un hijo y cuando ellos mismos nos dijeron, años después, que tu cuerpo empezó a desarrollar una enfermedad terminal.
Me sonríes. Me sonríes con la misma sonrisa de aquella vez. Aquella vez cuando en el altar, enfrente de toda nuestra familia, declaramos nuestro amor y nos habíamos prometido amarnos, respetarnos, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe. Hasta que la muerte abra la puerta de la habitación en que estamos ahora mismo. Hasta que la muerte se lleve a mi bella durmiente.
Te vuelvo a mirar, cierras poco a poco los ojos, tus manos frías empiezan a perder su fuerza, la mano que me acaricia lentamente se separan de mis mejillas, tu risa desvanece, tu última lágrima se seca y tu sonrisa esparce gradualmente... Y me dejas aquí con la soledad, pero no me despediré. Nos veremos pronto, te lo juro.
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