" Gracias
a ella me enfrenté por vez primera con mi ser natural mientras
transcurrían mis noventa años. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa
estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su
estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al
contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar
el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por
virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso
por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que
soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy
puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno.
Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del
zodíaco.
Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la
adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas
que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por
ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al
mundo no son los amores felices sino los contrariados. Cuando mis gustos
en música hicieron crisis me descubrí atrasado y viejo, y abrí mi
corazón a las delicias del azar.
Me pregunto cómo pude sucumbir en este vértigo perpetuo que yo mismo
provocaba y temía. Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo
ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy. Era tal mi
desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas,
tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un
letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor. "
Memoria de mis putas tristes.
Ashley Arenas.
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